AUTOR | Xavier Pujol Gebellí
Europa está cada vez más lejos de España. Y no es tanto porque los países de nuestro entorno crezcan a un ritmo desaforado e imposible de alcanzar, sino porque la desaceleración que sufre España en estos últimos años se está traduciendo en una alarmante pérdida de competitividad. El parón que se observa es de tales dimensiones que el volumen de inversión en I+D, un 1,38% sobre el PIB en 2009 según datos del Instituto Nacional de Estadística, podría ser equivalente a un gasto inútil dados los retornos que se obtienen.
De acuerdo con los datos de la consultora Equipo Económico, reflejados en su informe “Inversión y Eficiencia de la I+D+I en España”, de reciente publicación, el ligero aumento en el porcentaje de inversión en este ámbito con respecto al PIB que registra España entre 2008 y 2009, es debido “al decrecimiento del PIB español”, por lo que en términos absolutos hay que hablar de un descenso del 0,8%. En innovación tecnológica, el descenso es mucho más acusado, del 11,5% que, en parte, la consultora atribuye a la desaparición de 6.169 empresas “que realizaban actividades innovadoras”.
Lo más llamativo del análisis es el llamado “índice global de competitividad” que, aplicado a España, la sitúa en el puesto 42 en 2010 y, por tanto, en el tercer nivel de los cuatro con que Europa identifica a sus miembros. A esa “tercera división” la denomina “innovador moderado”.
Dada esa posición y teniendo en cuenta la inversión en I+D, los retornos económico-sociales se sitúan en el margen de lo esperable, más bien pobres. En patentes, España se sitúa tres veces por debajo de la media europea; en mejoras empresariales, sobre todo en PYMES, se está 7 puntos por debajo de la media; y en cuanto a exportación de productos de alta tecnología, España ocupa una de las últimas posiciones.
Hay muchos más indicadores analizados, pero en la mayoría de los casos España sale mal parada en comparación con los países de su entorno. La conclusión del informe es obvia y concuerda con los otros muchos estudios que diagnostican el sistema español de innovación y tecnología: si se pretende ser competitivo en este territorio, no queda más remedio que modernizar las estructuras y caminar hacia sectores “más productivos y competitivos”.
Aunque los valores numéricos que aporta el estudio son novedosos, por cuanto fijan la situación actual, poco nuevo aportan al diagnóstico global: el paciente está enfermo, muy enfermo, pero afortunadamente no está agónico y podría tener una pronta recuperación si se le aplicaran los tratamientos adecuados. El único problema, y eso sí que es grave, es que es justamente este paciente el llamado a sacarnos de este mal paso de la crisis y proyectarnos al futuro. ¿Podrá?
Las personas de mal fario seguro que ven la botella medio vacía y con tendencia a vaciarse aún más a medida que pase el tiempo. Mientras, los optimistas van perdiendo posiciones, y no tanto porque la vean medio llena, sino porque cada vez hay menos.
Razones, probablemente, no faltan. La principal, como se viene alertando de forma reiterada en estos dos últimos años, tienen que ver con el tejido industrial del país, con un porcentaje de pequeña y mediana empresa ínfimo en comparación con otros países dedicado a la explotación intensiva del conocimiento. Son estas empresas, y no otras, las que rellenan la pirámide de cualquier país competitivo y donde las grandes potencias económicas están invirtiendo con mayor profusión. En España, como es bien sabido, la inversión se focalizó hacia actividades especulativas o, a lo sumo, en una industria que tuvo su momento competitivo pero que, salvo excepciones, dejó las actividades de innovación para otros. Hablando en plata: se prefirió la cadena de ensamblaje, más o menos sofisticada, en lugar de apostar ni que fuera mínimamente por crear productos o servicios propios, diferenciales o innovadores.
Visto así, hete aquí una conclusión con un cierto punto de dramatismo (se admite catastrofismo como sinónimo). Con lo que invertimos se logra sacar buenos estudiantes y licenciados competitivos; se genera ciencia en volumen más que notable (el sistema universitario español es el noveno en el mundo en producción científica) y empiezan a verse resultados en la frontera de la excelencia. Pero nadie ha resuelto qué hacer con el conocimiento generado y nadie parece tener interés en transferirlo al tejido productivo. Por otro lado, no existe un tejido receptor de conocimiento (por la estructura del país) y se está invirtiendo muy poco para revertir la situación. Si no hay empresas que innoven, difícilmente va a haber patentes y mucho menos exportaciones.
Por consiguiente, si se estaba invirtiendo para llegar con éxito al final de la cadena de valor, alguien debería analizar los puntos débiles e inyectar ahí lo que sea preciso o bien orquestar medidas e instrumentos adecuados. Pero si se invierte para generar conocimiento y luego exportarlo en forma de talento o de resultados de investigación, aunque el beneficio sea mínimo, ahí acabó todo, aunque sería deseable que se hiciera bien y en condiciones.
Sea lo que sea, el fotograma que ofrece el estudio de Equipo Económico viene a demostrar, una vez más, que si de lo que se trata es de promover un cambio de modelo productivo, queda muchísimo por revisar y, sobre todo, muchísimo por invertir. A no ser que sea posible comprar un modelo e instalarlo, que esa sería otra opción (ocurrente, claro).